"En tus manos" (primera parte) Mi abuela tiene unas manos simpáticas, pequeñas, como de niña, aunque con algunas arruguitas y unas diminutas manchas. Cuando miro mis manos, me sonrío porque pienso en las suyas. A una amiga mía, que mantengo de la infancia, mis manos le daban gracia, me contó, y cuando lo dice, me las señala, las levanta entre las suyas y me repite "¿ves? son como chiquitas, me dan ternura". Descubrí a eso de mis dieciséis, que la abuela y yo teníamos idénticas manos cuando la ayudé a sostener una pesada falda blanca de novia, para que no toque el piso, mientras ella se sacrificaba planchándole el ruedo recién hecho. Estoy terminando de doblar la ropa que arrebaté de la soga porque el frío en la terraza era polar, mi abuela duerme su tercera hora de siesta sin ninguna interrupción. Este favor que no me pidió, va a salirme caro cuando me reclame que ya cerró Héctor, su carnicero leal, ese que custodia su roast beef cada miércoles de modo insobo