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primera parte


Se presentaba como una mañana más, una mañana habitual en mis días en los que me encuentro a solas en el bar, por abrir las ventanas y ver las primeras luces del sol. Ya había encendido la radio (no he cambiado tanto mis hábitos estos últimos siete años) y se precipitaban las noticias mientras echaba un vistazo general por todo el local. En este lugar convergen todos mis gustos, todas mis características y detalles que mejor me definen: luz natural y rincones con lámparas que iluminan con calidez y sensualidad; cuadros con océanos; con faros, con horizontes, con flores de algún artista de cualquier rincón del mundo que siempre encuentro cuando viajo. El único cuadro que no es pintura y sí  una  reproducción original, es el de La Gioconda, esa diosa que vigila desde la barra a todo el que la mire con intriga. Y la barra, ese universo de toda mi creación, el espacio que me conecta y desconecta con el mundo cuando me siento a escribir,  (hay otros lugares específicos donde sentarme a escribir) y este largo y grueso tablón es el que comparto con clientes, con amistades, con desconocidos, con familiares.  Es el lugar de dar y recibir. 
No quedaba ningún vestigio de la noche anterior, jamás queda rincón sin limpiar y Augusto se destaca como el encargado con el que me premió el cielo para asegurar mi felicidad en este, mi sitio en el mundo. 
Augusto me avisó con suficiente tiempo y sin dejar cabos sueltos, como acostumbra, que este 11 de abril tenía una diligencia: está cerca de convertirse en ciudadano argentino, aunque esto no significa que dejará pasar día sin contarme recuerdos de su Cali natal. Su pasado y su presente lograron reconciliarse cuando conoció a Corina en el bar, una porteña que lo enamoró cuando él quiso hacer que el tango fuera un tema de conversación en la nueva tierra. Tardó menos en ser conquistado por esta bailarina que en aprender los pasos básicos. 
A esta hora él estaría sirviéndose un café intensamente negro y me preguntaría cómo puedo amanecer sin café. Esta conversación diaria parece ensayada y memorizada pero todavía nos sorprendemos al reír en el momento mismo en el que le contesto que no logro creer que aún no tome mate. Sigo pensando que al sonreír tenemos la mitad del día ganado, y la otra mitad, con la amplia sonrisa que no pueden esconder los ojos oscuros de este joven que no aparenta estar en su trabajo.
De todos modos, no me hice mate y sí me llevé a la boca una manzana crujiente mientras ponía en marcha la expreso. Me apoyé sobre la mesada de detrás de la barra y mientras mordía, veía los granos de café lanzarse sin apuro a su destino final. Quedé prendida de esa labor hasta que las campanillas de la puerta anunciaron la llegada de alguien. Tardé tres segundos en levantar la vista de la máquina de café y en esos segundos recordé que no había volteado el cartel de "cerrado" por el de "abierto" y que quién sería tan valiente de entrar igual. 
Solo alguien como Ariel, debí recordarlo.
Todo me hizo saber que este no era un día más y que no hubiera imaginado tener que cambiar para mañana la charla con Augusto del café, por la del amor.

(continúa...)

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