Los tres a final (cuarta parte)

 

CUARTA

Esta tarde de invierno estaba siendo rebelde y disonante como una melodía de Astor Piazzola. Un Buenos Aires con lluvia no siempre es un tango melancólico. Desperté en el sillón y Binky parecía no haber pegado un ojo desde que se retiraron los tres-tristes-tigres. Ya estaba oscuro, adentro y afuera. Tardé en escaparme de la manta que me cubría pero debía poner empeño en encender alguna luz, y la estufa. Binky también se incorporó, sacudiendo enérgicamente la cola, como si supiera que había llegado la hora exacta en la que vendría Benja.

—Sí hermosa, en diez minutos llega Ben, vamos a prepararnos para recibirlo. —le contesté a mi perra mientras me daba impulso para asumir la noche.

Mirarme al espejo para confirmar que debía arreglarme, era inútil. Todavía dejaba que  colgara la manta por mis hombros, y los vasos y tazas esparcidos en el living, no irían a limpiarse solos. Ellos  me recordaban que ni Hernán, ni Darío, ni Martín se fueron de mejor ánimo que con el que habían llegado.

Sonó el timbre. Dejé la manta en una silla y  le pedí al papá de Benja que use su llave para subir, mientras yo ganaba dos minutos poniendo un poco de orden en el paisaje de desconcierto. Baltasar no repararía además, en mi poco distinguida vestimenta. Él es el mejor padre que podía tener Benjamín.


Benjamín y Bincky acapararon el momento de la bienvenida, mientras Baltasar cargaba una inagotable hilera de bolsos y bártulos que demoraban la entrada. Preferimos que descargue todo ese equipaje antes que se tropiece por saludarnos. Estaba impecable, como siempre. No lo recuerdo con otra ropa que no sea camisa y corbata. Su perfume, como de flores blancas exóticas recién recogidas, combina excelente con su piel matizada, dulce.
Baltasar me saludó con una semi sonrisa cuando volvía de la habitación de Benjamín, ya sin el cargamento, y su mirada hizo que yo bajara  la mía, despacio. No sé cómo estaría interpretando el cuadro completo aunque sé que no me juzga, y nunca lo hizo. 

—Benja ya cenó y tiene el piyamas puesto. —me avisó y advertí que ni reparé en la ropa que traía mi hijo debajo de la campera.

—Gracias, qué buen plan para concluir el día. —le agradecí y mi cuerpo recuperó el calor que se había quedado en la manta. 

Baltasar rechazó beber su té favorito para no demorarse, me besó en la mejilla y sus flores blancas se retiraron también, esta noche de invierno, ya sin lluvia. 
Hoy, definitivamente, no era un buen día de conversar.
(continúa)...




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