Los tres a final (cuarta parte)
CUARTA
Esta tarde de invierno estaba
siendo rebelde y disonante como una melodía de Astor Piazzola. Un Buenos Aires
con lluvia no siempre es un tango melancólico. Desperté en el sillón y Binky parecía no haber pegado un ojo desde que se retiraron los tres-tristes-tigres. Ya estaba oscuro, adentro y afuera. Tardé en escaparme de la manta que me cubría pero debía poner empeño en encender alguna luz, y la estufa. Binky también se incorporó, sacudiendo enérgicamente la cola, como si supiera que había llegado la hora exacta en la que vendría Benja.
—Sí hermosa, en diez minutos llega Ben, vamos a prepararnos para recibirlo. —le contesté a mi perra mientras me daba impulso para asumir la noche.
Mirarme al espejo para confirmar que debía arreglarme, era inútil. Todavía dejaba que colgara la manta por mis hombros, y los vasos y tazas esparcidos en el living, no irían a limpiarse solos. Ellos me recordaban que ni Hernán, ni Darío, ni Martín se fueron de mejor ánimo que con el que habían llegado.
Sonó el timbre. Dejé la manta en una silla y le pedí al papá de Benja que use su llave para subir, mientras yo ganaba dos minutos poniendo un poco de orden en el paisaje de desconcierto. Baltasar no repararía además, en mi poco distinguida vestimenta. Él es el mejor padre que podía tener Benjamín.
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