Mañana, mayormente soleado -relatos de historias que capaz sean de amor-

"Paso uno"

-primera parte-

El salón del restaurante en el segundo piso encendía sus luces este viernes, en medio de un  atardecer que no quería renunciar al ardiente sol de enero. El obediente personal esperaba que se hiciera de noche para ver si el blanco voile que colgaba de la excesiva ventana se agitaba, apenas, con una brisa. De las dieciocho mesas que vestían de roble el ambiente, solo cinco estarían en reposada actividad, según me mencionó el maitre cuando entablamos un amable saludo que pudo haber durado un poco más si no hubiera sido porque un estruendoso sonido se precipitó desde la cocina. Le dije a este académico señor que yo, por mí mismo, hallaría mi mesa. No llegué a escuchar su respuesta porque tuvo que abandonarme para desaparecer a interiores, en un movimiento casi escénico. Aproveché también y salí de cuadro.  Quiero convencerme que el lugar que escogí para esta inverosímil primera cita es el adecuado, por no presumir de ideal, a efectos de conocer a una mujer que me prohibió que la pase a buscar por su casa. Soy de esta época, aunque no lo parezca, y tanto es así que con Amelia nos conocimos por una aplicación de citas y luego de dilatadas y poco ingeniosas charlas logramos agendar esta fecha. La sensación es la de prestarme a crear una magia que tuvo su suerte el segundo que ocurrió el match. La expectativa es confirmar que vale la pena este escenario si ella muestra el mismo interés, como para venir en uber.

Mi amigo, el maitre, atravesó el salón impregnado de su propia transpiración solo para contarme las noticias:

─¿Señor Tomás?

Sí, acá estoy  ─respondí mientras evaluaba mis ganas de preguntarle el nombre, imaginando que podría dosificar los nervios del encuentro por contar con un conocido ante cualquier inconveniente, pero no lo hice.

Estamos con un imprevisto en la cocina y nos vimos obligados a cambiar el menú de la velada.

El hombre, de esta manera, me mostraba en la cara lo acartonado del lugar sin que yo quisiera presagiarlo el día de la reservación, y continuó:

El cambio va a estar en la entrada, más precisamente, en la ensalada de mar, porque los camarones y cangrejos no fueron refrigerados y...

¡No hay problema! me adelanté como a quién le daba lo mismo comer bichos de mar ya que jamás lo había hecho, además, quise ser yo el que le daba tranquilidad.

Lo que sea que lo reemplace, va a estar bien sentencié, recordando lo tonto que me sentía por pretender ir a comer a un lugar que anunciaba la cena en cuatro pasos, creyendo que cada paso la haría  más exitosa. Todo ya me convencía de lo rebuscado del plan. Y Amelia, no llegaba.

Señor Tomás, soy Javier se identificó, como si hubiera respirado mi ansiedad, y se retiró a lo complicado de sus asuntos.

No quería hacer lo que van a hacer los adolescentes a los restaurantes, pero tomé mi teléfono y busqué algún contacto o llamada de Amelia. Y no, solo tenía notificaciones de redes sociales y unos nuevos match que no iría a revisar  en este momento, desde luego.

Nuevos personajes se iban agregando a esta noche que no comenzaba. El 99 por ciento y sin margen de error, aparentaban ser parejas. Decidí que lo más saludable sería mirar la carta del bar y tratar de imaginar qué podría beber que me hiciera recuperar mi extraviada personalidad. Pude descifrar que a los 42 años, no contaba con un trago favorito, aunque tampoco iría a maltratar mi cuestionada autoestima pidiendo una cerveza negra. Intuí que algo con ron me haría el camino más simple.

Javier, que vendría de convencer a algún enamorado que el paso uno sufrió un traspié, pasó por mi mesa con más ganas de acompañarme que de preguntarme qué necesitaba. Le pedí el dudoso trago y él, sin precaución, me preguntó por mi acompañante mientras reubicaba en la misma posición la copa de Amelia. La ventana y su velo se agitaron milagrosamente y el soplido barrió con el florero de unos alegres amantes que solo se preocuparon por mantener la sonrisa. Javier esta vez me pidió permiso para ir a buscar mi brebaje.

Sin importar, regresé a mi celular que extrañamente seguía igual. Imaginar que tal vez no tenía internet, fue lo segundo más infantil que hice esta noche. De pronto, empezó a escucharse una música que no supe catalogar en algún género pero que cumplía con el cometido de dejarnos a los comensales menos expuestos entre mesa y mesa.

Javier apareció con un vaso gordo y petiso de cristal, coronado con una fruta desecada. No tengo claro si ese adorno lo puedo comer o estará fuera del protocolo de los buenos bebedores. Javier, con movimientos precisos, apoyó el cóctel y tuve que sonreír agradeciéndole aunque con eso no pude evitar que me preguntara si me traía el apetecido primer paso. Levanté la vista para mirarlo y exponer con autoridad mi decisión hasta que su sutil gesto de mirar su reloj hizo que cambiara la respuesta.

─Sí, tráigame el paso uno, los bichitos de mar, por favor  ─dando por concluída la caprichosa batalla por mi honor.

─¡Perfecto! ─Asintió tan presuroso que confirmé que la decisión estuvo siempre en sus manos.

Me animé a sacar la vista de mis cosas y giré para mirar en qué andaban mis vecinos. Los del florero volcado ahora estaban tomados de la mano como si el tiempo les cobrara cada minuto de romance. Más atrás, un matrimonio que rondaba los 60 años, conversaba mientras leían el menú, que ya se sabrían de memoria. Cerca de una ventana con balcón revestido de rosas blancas, unos cuarentones como nosotros, como yo en realidad, que esperaban a "su Javier" mientras miraban la consabida noche. (Tal vez esa debería haber sido nuestra mesa, una con posibilidad de escaparse).

─¡Listo! ─ahora ya estaba decidido y cuando ví venir a Javier cargando con su mano izquierda un plato oval con hojas que amagaban caerse al precipicio, pude pedir lo que no me animaba.

─Javier, podés retirar toda la vajilla del acompañante ─le dije valiente y con extraña alegría mientras dejaba que él expulsara el cargado plato en mi mesa.

─Ahora que estás más tranquilo y te animás a llamarme por mi nombre te cuento de qué va el paso uno─ apareció un amigable Javier, sorprendiéndome con su versada identidad y me detalló:

─Le pedí un favor al chef, sabiendo lo inoportuno de mi pedido en medio de una noche de lo más accidentada, que me preparara una entrada que tuviera ingredientes que hicieran honor a un hombre que se animaba a tener una cita a solas y he aquí ─se pronunciaba un Javier orgulloso, emulando al intrigante chef─ "huevos de pavo sobre colchón de verdes, con lluvia de hierbas".

Quedé sorprendido y eso que no me tomé a pecho lo de "huevos de pavo", aunque Javier tuvo que completar diciéndome que son muy similares a los de gallina, aunque más grandes y con más proteínas, como así también, colesterol. Me gustó. Y continuó:

─El chef te sugiere que acompañes con un buen espumante.

Javier también se animó a tratarme de "vos" y una vez más tomó la decisión y se retiró a buscar la bebida. Sentí ese movimiento como un golpecito con su izquierda sobre mi hombro. Sonreí mientras lo miraba desaparecer. 

Otra brisa sacudió las eternas cortinas del salón de este histórico palacio de arquitectura francesa, una brisa tan fresca y vívida que me invitó a que me preparara para cenar.





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