Búsquedas (parte 2)

II

Sus pies, firmes, aplomados en el suelo, con la separación exacta en la línea de su cadera, pisaban la alfombra en la que se lee sin dificultad "La vida bar" y por el contraluz que  me devolvía el contorno de su cuerpo, aún tan proporcionado, imaginé una expresión de sorpresa y de logro por la valentía de haber encontrado otra vez refugio en la misma mujer que deseó por veinte años.
Quería que el momento en que soltáramos la primer palabra no llegara nunca; quería que su imagen no se vuelva nítida para no tener que apuntarnos con la mirada otra vez. Pero era cuestión de segundos hasta que dijo "Tania", y yo sintiera el llamado a salir del juego de las escondidas.
"Hola", dije, y no sabía si quería hacerle creer que no sabía quién era; si daba la bienvenida a un cliente madrugador, o dejaba ver mi "cuánto te quise y cuánto te quiero todavía, Ariel". No pude ensayar nunca esta escena porque por apenas siete años me esmeré en olvidarlo. Y mi hola lo acercó un paso más a mí en donde pude ver que su camisa era blanca, que los jeans le quedaban bien, que seguía calvo, como cuando nos conocimos, y que las canas lo hacían tan atractivo en esa barba de días, tan cuidada. 
No pude más que recibirlo con una sonrisa estrecha pero franca y al instante su boca dibujó su mejor rostro.
-Hola- contestó.
Nuestro emocionante reencuentro tuvo sus cinco segundos de gracia hasta que el teléfono del bar empezó a sonar y fue la peor excusa que escribió el guionista de mi historia para que yo tuviera que interrumpir nuestra mirada y corra a atender.
-Disculpas, ya vuelvo- sentencié, mientras se disipaba la idea de un beso en la mejilla, o un abrazo, o ambos.
Era Augusto que me avisaba que había perdido su teléfono. A veces las emociones vienen todas juntas y una buena se contrapesa con una no tan agradable. Imaginaba, mientras lo escuchaba, que Ariel estaría recorriendo cada detalle del lugar, incluso temí que encontrara algo muy familiar, muy nuestro.
-Hasta mañana Augus- me despedí y corté. Recordé que el café estaba listo y era la mejor salida para reemplazar el beso que no nos dimos con Ariel. Me quedé detrás de la barra pensando qué vajilla iba a necesitar, ordenando alguna cosa mientras dejaba que Ariel ganara tiempo y pensara si era conveniente seguir ahí.
Espié mi cara en el gran espejo de la pared donde se apoyan las botellas, y mi maquillaje estaba tal cual que hace una hora, cuando había despertado. Ariel solía divertirse de que yo fuera tan coqueta y que pueda olvidar las llaves de mi casa, pero jamás el espejito de la cartera y el labial. 
Pensé qué diferente hubiera sido si su llegada ocurría al final del día, para que el whisky se ocupara de resolver lo que yo no podía, lo que yo no quería decidir nunca sobre nosotros.
-¿Todo bien?- preguntó desde una increíble lejanía a la que no me acostumbraba, y mi corazón se disparó ante la evidencia que corría peligro. Mi mayor peligro era sucumbir a su voz que me desnudaba; a sentir su olor, que era mi más preciada amenaza; a recordar que su piel era mi piel, tan caliente, cuando apenas me empezaba a besar.
-Sí, todo bien- respondí e hice mi aparición con una necesidad incontenible de salir a tomar aire en cantidad, de una sola bocanada.
Y nuestros ojos no tuvieron más remedio que encontrarse. Necesitaron solo cinco minutos para ser ellos mismos y reconocerse, al fin.
Ahora no era momento de recordar nada, no era momento de preguntarme "a qué viniste, maldito Ariel".



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